Pensar que el ébola tendría cura,
antes era una maldita locura.
Y pensar que los muertos se reducirían a la mitad…
¡Algo imposible de vaticinar!
Pensar que pudiera llegar a occidente,
esa parte del mundo tan celosamente aislada,
con medios, pero sin coraje suficiente
para ayudar en una situación desesperada;
pensar que aquí nos podríamos contagiar,
que hacer lo correcto y repatriar
a los misioneros sería después una “falta”;
que los egoístas que de ello dan queja no saltan,
precisamente, la valla de Melilla por un futuro mejor.
¡Que aquí hablamos mucho, pero no hay nada de acción!
Quién diría que los telediarios
darían tanto bombo a la noticia
de la pobre enfermera contagiada.
Y quién diría que la primicia
sería esa a diario,
como si de lo demás, no hubiera nada.
Todo lo que se dice y se comenta
es sobre el ébola últimamente.
Todo lo que la gente tiene en mente
todo en lo que pensar se nos deja.
Y estos medios comprados
que hablan de lo que les da la gana,
olvidan mil enfermedades,
niños que mueren olvidados,
adultos que viven sin nada
y dinero que se roba a raudales.
Pero no todo es negativo:
¡La enfermera contagiada ha sobrevivido!
Ahora preguntan
de quién es la culpa,
como si no lo hubieran ya decidido.
Como si esto fuera una novedad,
como si nunca hubiera dado que hablar
ni nos hubieran metido en la cabeza
que el error fue exclusivo de ella.
Un último punto a destacar
(os dejo a vosotros la parte de juzgar
la actitud de nuestra sociedad).
Nos preocupa más que aquí muera un perro
(vale, no lo niego, yo también lo siento)
que allí, en África, miles de negros.
Escribí esta poesía hace algún tiempo, pero no me animaba a subirla, no sé por qué. El caso es que al final lo he hecho. Aquí está, para vuestro disfrute (si es que verdaderamente hay más gente ahí fuera leyendo esto).
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